Subjetividades
Estoy mirando mi celular a las cuatro y treinta y seis de la mañana. Ya no hay notificaciones. No hay noticias. No hay elecciones en ningún país vecino. A nadie cancelaron a esta hora. Y acá, en el medio de esta habitación, en el medio de este silencio, creció una pregunta en mi cerebro: ¿Por qué escribo?
Y no lo sé. Lo que sé es que quiero escribir una obra literaria de trascendencia, pero no quiero respirar más ni levantarme de la cama. Estoy enfermo, asqueado. Soy un animal de respuesta, activo el movimiento cuando suena el timbre. Uso mi fuerza de trabajo, el músculo, la sangre, el hueso. Salto de mi silla, corro al trabajo. ¿Cómo puedo escribir si no soy libre?
¿O debo escribir porque no soy libre?
¿Lo que me encierra es mi motivo para escribir?
Estoy en mi límite. No busco la estética, la gracia inabarcable de un párrafo definitivo. Yo quiero saber por qué mierda escribo.
Los pasillos y las jaulas, las cárceles de palabras, el silencio, la fiebre, las sillas empapadas... Imágenes.
Escribo para gustarte. Escribo para que me odies. Escribo porque una hoja en blanco no es una buena despedida. Escribo porque el viento me trae el nombre de todos mis asuntos pendientes. Escribo mientras ella está en otro lugar, suspendida en un sueño. Escribo mientras entierro a mi padre bajo un árbol, sin sonrisas y sin bellas anécdotas.
Escribo sin sentido, sin gracia y sin tener ni media idea de cómo debo escribir. Escribo como si no hubiera reglas que seguir para alcanzar la belleza.
Escribo porque soy horrible, celoso, tierno, desconfiado, mentiroso. Escribo porque soy un ser humano que no encuentra sentido.
Escribo porque el sentido me tiene sin cuidado, estoy cayendo sin prisa, sin pausa, sin miedo, sin dios, sin seguidores, sin sustento. Sólo un hueco.
Escribo porque escribir es el último y real acto de resistencia contra la muerte.
Y porque adoro poblar el tiempo de palabras intrascendentes, que no tienen peso. ¿Escribo? ¿Me escribo? ¿Te escribo?
Vuelvo a la cama mientras el sol la incinera lentamente.